lunes, 17 de enero de 2011

BREVES HISTORIAS DE LUZ

Las "Breves historias de Luz" es el resultado de algunos viajes que he realizado durante los dos últimos años, pero también es la conmemoración a mi primer lustro como fotógrafo. Esta vez, en mi primera exposición individual quise que las fotos tuvieran un sentimiento disimil al que yo les pude poner, y para tal empresa pedí apoyo a excelentes escritores jóvenes zacatecanos en su mayoría, pero más que eso excelentes amigos míos. El ejercicio resultó divertido, el resultado considero yo, fue maravilloso. Cada una de las fotos estuvo acompañada de textos que nacieron precisamente de las imágenes, cada uno con su estilo. El texto general fue escrito por Maria Di Paola Blum, excelente fotógrafa italiana que reside ya desde algunos años en México.
La muestra fue inaugurada el pasado 17 de diciembre en la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas, y proximamente, el 22 de enero para ser precisos, las "Breves historias de luz" se trasladan a la Galería Di Paola, en Ajijic, Jalisco, donde estarán hasta principios de marzo, y esperemos que la gira continue. Espero les agrade... ah, todas las imágenes se encuentran a la venta por si les interesa alguna. Salud!
Alejandro Ortega Neri
Escribir con La Luz
María Di Paola Blum

La vagancia de un joven fotógrafo, escritor que sustituyó la pluma con la cámara, abrió la mente al deseo de contarlo todo y se paseó por la tierra de México, pisando levemente el dedo al botón para escribir con la luz sus breves cuentos cromáticos. Así nació la foto del atardecer en el cielo de Zacatecas, al igual que la danza lenta del agua sobre las verdes piedras de Veracruz, los pétalos rojos de la galeana tirados al suelo después de una lluvia de verano en Ajijic y el claro horizonte cobijando un barco en las quietas aguas del lago Chapala; los dedos de un músico atrapando las cuerdas de su guitarra para expresar unas notas musicales que nos curaran la melancolía al igual que la mirada coqueta de una niña inocente que con la fuerza de su sonrisa nos recuerda que la vida es bella. Las camisas tendidas en un balcón del DF parecen hombres que se fueron corriendo y dejaron sus vestimentas a cuidarle la casa. La soledad se viste de rojo en la penumbra de un sillón de Zacatecas y de azul en la plaza de Oaxaca donde una mujer en la noche pasea sus pensamientos y se queda a compartirlos con una paloma mientras un farol le esclarece el camino. Una silla sola en el escenario espera a su artista para realizarse juntamente con el en un performance teatral al igual que un violín tomado con las cuerdas ya tensas. Una vieja maquina para de escribir parece anunciar que todavía hay muchas historias para teclear. Las palabras no se han acabado. Un hombre pasea su hijo en la playa de Nayarit y quizás le confiesa lo mucho que lo quiere y lo poco que lo ama.
Las composiciones de Alejandro Ortega Neri, son bellas y delicadas, realizada con atención como de quien disfruta cada momento de la creación, desde la individuación del sujeto a su representación en jpg. Sin olvidar que al fin y a cabo detrás de una imagen siempre hay una historia para contar. Sus cortes escrupulosos y atentos dejan adivinar una complicidad entre el ávido cazador de imágenes, atrapado por sus mismos sueños, su cámara y el mundo que lo rodea. Curiosidad y sobriedad se mezclan en sus composiciones cromáticas regalando al espectador un poco de aquellas emociones que contribuyeron a materializar la fotografía que lo contra distingue. La luz viene interpretada, capturada, exaltada. Cada fotografía oculta una historia que apenas se describe, el resto es dejado a la mente de quien lo mira, admira y se deja seducir por sus sombras, líneas y curvas densas de humanidad y de vida que propone y comparte con generosidad. Como un poeta con su soneto describe las emociones y sus sentimientos. Alejandro baila con la luz, se hace cómplice de sus mutaciones y nos regala historias para contar, imaginar y volver a interpretar. Solo hay que dejar liberar la mente.


"BREVES HISTORIAS DE LUZ"
Alejandro Ortega Neri




Ella y el sillón rojo...

Citlaly Aguilar


Sillón Rojo, fiel a ELLA, inmóvil atrapa las olas de los árboles que pasan colgando del viento y los guarda entre sus arrugas; así cuando ella quiera dormir, bastará con que sople tres veces sobre su cabello...



Nubes incendiadas. Recuerdos que encandilan


Joel Flores

No sabes si regresar a casa es para bien y miras las nubes incendiadas que cobijan el autobús en el que viajas. Te preguntas si por fin han encontrado al amigo desaparecido. Y aunque sabes la respuesta, te muerdes los labios y tu saliva sabe a sangre y dices
todos seguimos nuestro rumbo
Tan llenos de vida, tan llenos de esperanza dejamos la puerta abierta de la casa, porque rezamos, deseamos, nos mentimos
nuestros desaparecidos pronto cruzarán el umbral
Piensas que regresar es como no haber partido nunca, pero no sabes si el nuevo gobierno habrá construido otros edificios, habrá restaurado el centro histórico y habrá asfaltado las carreteras.
Construir, restaurar y asfaltar no borrará los vestigios de las balas, la sangre y los fallecidos
¿Y mis amigos y mi familia habrán cambiado el curso de sus días, justo cuando yo no pertenecía a éste ni a otro territorio? Este cielo, este orbe enrojecido ¿por qué brazas se desprenden de sus entrañas? ¿Cuántas muertes habrán pasado desde que me fui? ¿Cuántas desapariciones habrán sucedido desde que subí al autobús y partí sin decirle adiós a mi madre? ¿Cuánta sangre se habrá limpiado mientras muchos dormían, otros viajaban, huían, y otros despertaban diciendo
es verdad que aquí no pasó nada?
¿Quién habrá lavado el suelo? ¿Quién habrá recogido los casquillos que se desperdigaron en la guerrilla? ¿Quiénes habrán levantado los cuerpos y a dónde habrán volado sus cenizas? ¿Y la memoria? ¿Y los amigos que no me esperan y los desconocidos que no conoceré porque los eclipsó el fuego de un arma, se los tragó este cielo, Dios mío, éste que miro y me cobija?
¿Por qué caen estas nubes, rescoldos de carbón encendido, y no una luz cálida que ilumine a los que regresamos a casa?
El manto de las nubes ha limpiado la sangre y las cenizas, las lágrimas y los gritos de los que dicen
volverá más pronto un muerto que un viajero
Y no sabes si regresar, si reiniciar, porque tu vida no ha sido más que un evadir y volver, restaure el camino que zanjaste, reviva al amigo por el que no diste la frente, apague el fuego que cae sobre los hombros del semidesierto, calle el grito de la furia que aturde a la ciudad. Y dudas, pero bajas del autobús y miras el cielo
tan rojo, te dices, y lleno de tantos recuerdos que encandilan.


Mariposa de mar

Mariposa de mar
Fátima Sánchez

Hada, marioneta, mujer, diosa, mariposa
Haz bajado de una de las lunas
No permitas que se enamoren de tu soledad
Danza sobre el veneno de las sirenas
Regálame un conjuro que convierta el aire en sobriedad
Pero, hada, marioneta, mujer, diosa, mariposa
No evapores más mi mar



Runas al agua

Runas al agua
Ana María Aquino Gutiérrez

Así como las runas fueron tiradas sobre la mesa, las piedras fueron depositadas en el mar para adivinar su suerte. Sólo algunas emergieron a la superficie arenosa, sin que alguno de los amantes que las contemplaban pudiera pronosticar su destino.
Desde lo alto, asombrados, las miraban y capturaban. Primero intentaron describir su color, no eran verdes, clorofila ultramarina les pareció más apropiado.
Inventaron todo tipo de historias acerca del origen de ellas: por un momento pensaron que eran tortugas dormidas, o tal vez los huevos de un monstruo marino gigante y que sólo ellos lo habían descubierto, quizá las lágrimas de alguna antigua escultura; no sé, a lo mejor los restos de una ciudad marina que alguna vez existió, o por qué no, las primeras piedras de un pueblo que habitará bajo el mar. Con todas esas hipótesis desarrollaron todo tipo de guión para una radionovela y la musicalizaron.
Su felicidad y asombro no fue suficiente, ellos nunca supieron que sería la última vez que estarían allí, que verían esas rocas, que reconocerían sus rostros y que besarían sus labios.



Lágrimas de Egeo III-IV

Salvador Lira

III
Cuesta creer la espera.
Soñar y voltear el horizonte,
sentir el fin,
el abrazo,
justo en la orilla.

Sufrir la palabra dicha,
a sobre - imagen,
con el imperio de jurar
en el retorno o el naufragio.
¿Será de carne o de hueso?
Su canto resolverá el abordaje.

IV
Escucharé tu muerte
en el vaivén,
en el mudo heroísmo de león,
en la solar caída, sin voz,
de una lágrima, un héroe, un suicidio.



Volver a mirar el mar

Stephanie Alcantar

Salí de casa corriendo y no pude más que llevarme las cosas que cupieron en mis manos. En el camino pensé en cuántas ventanas se quedaron abiertas, cuantas cortinas de la casa había rasgado el gato que adoptamos por unos días y que una noche simplemente se fugó. Pensé en la ropa que quedó en la lavadora, en la leche que dejé abierta sobre la mesa mientras discutíamos. No le gusta que le oculte nada, ni siquiera un ticket del super. Cuando comencé a esconder los análisis de sangre, se aferró a pensar que tenía un amante, que le veía saliendo del trabajo. Que le escribía cartas a escondidas y las guardaba en algún lugar que aun no descubría. Me dijo que investigaría su nombre, su número de sus placas, su tipo de auto y hasta el color de su cabello. Incluso se atrevió a decirme que no nos alcanzaba el dinero para pagar la renta porque de seguro yo le andaba comprando regalos para corresponder sus atenciones. Nunca quise decirle la verdad de los análisis de sangre. Por eso cuando comenzamos a discutir sobre si era verdad o no lo de mi amante, preferí salir de casa para reflexionar con calma, y no regresar hasta tener todo claro.
Ahora estoy frente al mar, tengo los ojos azules de tanto mirarlo, como si quisiera darle vuelta para ver si debajo de él encuentro una razón para volver a casa. A lo lejos la ciudad va cubriéndose de luces. La noche llegará pronto y será intensa como su recuerdo, se me clavará en las sienes y tendré que cerrar los ojos. Mientras, el atardecer es un pergamino de acuarelas. Puedo predecir su olor a cigarro, su tic del meñique izquierdo y su pañuelo en la bolsa del lado derecho. Camino sobre el malecón, la tarde huele a sal y tiene su nombre. Es como predecir que llegará la noche y tocará la espalda de la ciudad, como él lo hacía conmigo. Antes de dar el siguiente paso, distingo a lo lejos a un hombre sentado sobre una silla de lona, lleva puesto ese sombrero de flores que tanto le gusta y al lado tiene una hielera azul. Mi esposo mira el mar y quizá a lo lejos la ciudad le ayuda a sostener los recuerdos. Cuando me salí de casa jamás imaginé encontrármelo aquí. No le gusta el mar, le recuerda a nuestra hija que murió ahogada en la alberca. Dice que acercársele es esperar a que ella lo llame. Dice que no entiende por qué yo me empeño en caminar por el malecón. Me pregunta si no distingo su voz, si no pienso en ella y si la humedad del mar no me contagia las ganas de llorar. Antes de acercármele, veo que un joven se inclina muy cerca de su espalda. Con habilidad busca el mejor ángulo. Acomoda su cámara y dispara en dirección a mi esposo. Soy testigo de esa fotografía y sonrío. A pesar de todo, vale la pena vivir junto a un hombre que se atrevió a volver a mirar el mar.



Hesse

Hesse
Julio Yrizar

Verso Uno
El Modo
(la rueda)


Bañada por una laguna celeste
jocoserio trabajo realizas.
La Fortuna -cortesana voluble- sin prisa representas
Rueca de Cloto, de Láquesis copos
daga sedienta son las tijeras de Átropos.

Verso Dos
El Nexo
(el tiovivo)

Mecanismo de ritmos dolorosos.
landó sin caballos de viva fuerza.
cómitre guía, el destino muerde.
liberarte de tus giros resulta
coste elevado para cualquier bolso.
Gira entonces máquina patológica
Rangua asexual coronada por luces.

Verso Tres
La Educación

Jóvenes carcajadas ascendentes.
venadas tumultuosas en picada.
nescientes sobre el postre de la vida
Caras de infantes se marchitan sin paz
rastreando verdades en los hombres.

La prisa de la enorme ciudad


Miguel Ángel Aguilar

En el siglo XIX la fotografía era entendida por el grueso de la población como una copia analógica de la realidad, cualquier desviación del código de representación era entendida como un enorme e imperdonable error. El espectador, estaba fascinado por un pedazo de mundo detenido: un castillo, una locomotora, un puente en ciernes. En los albores del siglo XXI, nadie pensaría que la fotografía sólo capta la realidad, hablaríamos de exacerbación, seríamos teóricos y entraríamos en los conceptos simulación y seducción, pero no pensaríamos en detener la dinámica del mundo “real”, sería atentar contra el avance implacable de las tecnologías. Neri no lo considera así, armado con su cámara detiene el tiempo de la ciudad de México y la devela real: gente sin rostro, anónimos con prisa cuya existencia sólo importa a su familia, personas ajenas, sin tiempo para detenerse a observar lo que les rodea, no importa si son obras de arte, vagabundos a punto de fenecer, o un fotógrafo en el suelo; los anónimos siempre tienen prisa, y ahí van con rumbo definido frente a la mirada de edificios y turistas temerosos de ser asaltados. Neri no desvía el código de representación actual, así se vive en la enorme ciudad.



Tu silencio de pájaro

Tu silencio de pájaro
Salvador Lira
A Alejandro García

Yo sólo admiré las alas abiertas
y la caída en pánico, aturdida,
sin aliento.
Nunca quise imaginar las olas,
la línea insegura en que parecía
una y mil veces caer en hundimiento,
morder los ciclos regulares,
para el rasguño necesario del viaje.
Como poner aura - hacia la sombra.
Parecía acto sencillo.
Era poner los ojos clavados,
la astucia por delante
y el delirio bajo del brazo.
Era dejarse, sin consentir la forma,
el modo operativo de fingir cada silueta
para luego mantenerse de muerto
mantenerse a la corriente opuesta
y no subir, sino bajar en la marea nocturna.
No era prestar atención a las pupilas.
Era saber el momento preciso
seguido por el montículo redondo,
si por asares se lograra un camino exacto,
una verdadera geografía del movimiento.
Sólo que admiré la forma del ritual
o la estética del acto.
Crearse un tino a la salida
la primera, sobre - montar la carreta y subir,
como bajar en abismo y sin la cuerda.
Creerse de entero panegírico
cargando dioses en la espalda
en su dorada sonrisa de figura.
Matarse a gritos, con las olas,
y beberse a estragos cada copla,
batalla o aleteo que significa
varar en la punta del aire.
No pienso más, no lo actúo.
No sufrago tu palabra,
a cascada, que vaciló tu pico
en ausencia libre.
No cargo en la conciencia el juicio,
la salida - imagen que pereció tu cara
al toparse, de frente, con el centro.
Me queda esa imagen que dice
y que no habla.
Me sienta esa nota de fraseo,
el séptimo salmo judío,
arrancando la obra perdida
de cantares a tope, a tientas.
Me queda y no me queda:
los labios partidos en los dedos
los labios secos, hacia abajo,
sin labios fríos, ni silencio.




Sueños grises de cielo rojo


Miguel Ángel Aguilar

Es un sueño dentro de otro sueño, diferente en los detalles. Estoy comiendo con la familia, o con amigos en un departamento alto, con arreglos y colores apacibles, el cielo es rojo y está iluminado, en el horno hay algo que huele delicioso y se destapa un vino, nada es doloroso, todo parece distendido, sólo hay algo que permanece: la angustia, algo en mi pecho me presiona y hace que todo caiga alrededor, el olor del horno se hace pútrido y los colores se derriten. De pronto todo se vuelve gris y caótico, sé que es lo que está sucediendo, estoy de nuevo en la calle parapetado por un periódico viejo, observando las alturas. Lo anterior son ilusiones, la familia, las flores, las risas, el sueño de paz ha terminado, en el sueño exterior que sigue implacable su curso, escucho una voz resonante, imperiosa que me dicta largarme a otro sitio.



Reina María (Fragmentos de realidad que nos inflaman la mirada)I

Reina María (Fragmentos de realidad que nos inflaman la mirada) II

Reina María (Fragmentos de realidad que nos inflaman la mirada) III

Fragmentos de realidad que nos inflaman la mirada.
Esther Consuegra

“La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma”
S. Sontag


Verbalizar sobre la imagen siempre resulta un ejercicio insuficiente para siquiera describir el avasallador poder de la fotografía, pero justo en ese vórtice caemos en un ardid de contemplación y reflexión que van en un continum dialéctico con la imagen, en este caso las que Alejandro Ortega Neri regala a través de su lente, nos inflaman la mirada con fragmentos de esa realidad que es cotidiana y que a unos lastima y a otros incomoda, imágenes fieles a un ojo observador que desvela paisajes de lo que bien podría ser una de muchas: la región más transparente.
Con la cámara como fiel compañera para atrapar instantes de esa realidad, Neri se libera con facilidad del cliché del fotoperiodismo convencional , y muestra sin embargo una curiosa sensibilidad para ir más allá de la acción descriptiva que se nos brinda en imagen fotográfica, al descubrir y redescubrir para nosotros el rostro de Reina María la inagotable inocencia de la niñez en el medio rural, imagen expresiva y contundente para lanzarnos de vuelta a ese espacio reflexivo y documental que de manera excepcional se nos muestra en la mirada expresiva de Reina María. “No hay fotografía definitiva”, afirmó Susan Sontag, para Alejandro, como joven fotógrafo pero maduro observador de su tiempo, seguramente no habrá definitiva que le impida seguir explorando esa realidad que le preocupa, y que irremediablemente desde cualquier trinchera, nos mostrará como ese delator de fragmentos de realidad, de paisajes insospechados en medio de lo cotidiano y que nos conducirán en los apacibles linderos de su mirar.



Sólo él

Sólo él…
Fátima Sánchez

Total intención de retar a los recuerdos, como un psicoanalista obliga a los pacientes a afrontar sus fobias, provocó una caricia en el pecho, de esas que las señoras llaman presentimientos.
Sólo él, el más sensible de mis amigos puede retratar el enamoramiento, la seducción de una cuerda de instrumento, el color de los sentimientos.
Sólo él, apresa la pasión en el primer plano de una instantánea con sabor a añejos e imborrables sentimientos.
Miles de posibilidades marchan acomodadas como pestañas, escenarios, viajes imaginarios, que parten de la armonía que nos regala en el detalle de un encuadre de intimidades.
¿Quién podría pensar que se puede fotografiar la nostalgia de un amor, del mejor de mis recuerdos?
Conexión umbilical de los ojos a la cámara que lo hace vivir, convierte el obturador en sonido palpitante, en espera del arco que toque la melodía de cada una de nuestras vidas.
Con esta foto agradezco a Neri cada una de las horas compartidas… los presentimientos… y los recuerdos de los extintos, insensatos e intensos amores perdidos. Y le regalo mis filias por los instrumentos, sólo a él…



En el pasaje de las luces redondas y pulposas

Miguel Ángel Aguilar
Me sentí extrañamente fascinado por la idea de encontrar peyote en su medio menos natural, recorrí la ciudad por 4 horas, calculé que fueron aproximadamente unos 10 kilómetros y por fin entré en el pasaje, a pocos metros de mi cabeza, hileras inmensas de la planta se acomodaban de tres en tres, parecían luces encendidas, redondas y pulposas, quise saltar hacia ellas y bajar unas pocas, pero me detuvieron un par de siluetas que no supe si venían a mi encuentro o huían de mi.



Tendidas en el tendedero de una tarde nunca atardecida


Los maniquíes de la tienda de la abuela

Casi me toca su fantasma. Casi voltea cuando la miro


Tendidos en el tendedero de una tarde nunca atardecida
Alucinaciones verbales acerca de las fotografías de Alejandro Neri
Óscar Édgar López

Soy manos de hielo desde el desierto, escribo para contenerme, para evitar el estallido de las ventanas y los vasos, para tragarme el ansia cabrona, estos dientes que chirrían, ese desamparo que me cuece. Y usted como si estuviera viva, como si viniera del mercado y la espera terminará en abrazo, quihubo mijo. Pero es la sombra de ese eucalipto la que baña estas baldosas, la cal de los callejones, la panza de los perros recostados en el sopor de la tarde que es cruel y lejana. La veo caminar y lloro; son las ramas, pienso y repienso, son las ramas a quienes el viento maldito no da tregua. Sepulcral, difusa avanza, pero no me acurruca, ni me dice ya no bebas; fue su mano ancha de señora tremebunda, preocupada por la olla en el fuego, por los dientes de los bebés. Así viene ahora como venía siempre, pero es todas las hojas secas en el pasto, es la botella a medias, escondida entre mi ropa, un traguito para despistar a la memoria y otro largo, largo para adormecer al coraje. Yo no la enterré con resoplidos, ni un sollozo de pobre crío, ahora la veo acercase, ¿me traerá chocolate de metate y patas de cerdo?, o vendrá triste por mirar a la ciudad volcar los despojos de su niñez. Esos autos y esas personas que nada saben de los hermosos ríos, de las espinosas nopaleras donde usted le halló el gusto a la vida, ahora que nadie encuentra el gusto por nada, ahora que más vale llegar a tiempo, estarse las horas metido en el dinero. Usted viró el curso de las catalinas, bebió la jalea de las biznagas, correteó a la liebre cansina por la vereda polvorosa. Y yo el inútil no hago sino llorarla, aunque de nada valdrá la ausencia invocada, el martirio de no entender la multiplicación de su cuerpo en las estrías de la hierba, en las mismas criaturas que le hablaron: bruja bonita, tierna tamalera, esclava del ajo y la rodaja; ahí viene ya, casi me toca su fantasma, casi voltea cuando la llamo, pero es la sombra, las hojitas, el trago largo, largo. Usted se vengó abuela, por eso ha de volver tan seguido, por eso se ha de esconderse en brazos del viento. Pero debe saber que la culpa es de los santos, todos los monigotes a los que adoró con ollas gigantes de mole y arroz, ninguno de ellos estuvo el día de mi muerte, ninguno detuvo sus manos, ni freno su rabia; arcángeles acuclillados la vieron conjurar, invocar. Estoy sin voz, y sin vos me siento, mudo de ti, silenciado mi tormento. No hay palabras que domesticar, no muerdo a la vida vasta, ¿qué será querer si es lamento?, un nudo desanudado, un laúd enronquecido, un rosal herido en el centro por el silencio. Si visto de negro de luto vestido aparezco, ¿será el barullo o será la fecha de mi sepelio? Y el tuyo. Amo a la noche helada que clausuró mi garganta, amo la espuma de tu voz que brinca de la bocina en el amanecer funesto. No te puedo querer sin que me quieran muerto, si brindo danzas si danzas bailo, amiga soñada: te espero despierto. Truhán y mendicante a mi pecho siento ladrar como un mástil furioso, curioso que le ladre a mi sombra, ¿será que sabe como rondo jorobado tu calle?, ¿conocerá de la noche los mismos despojos?, dime muerto si esta daga se guardo en tu costado, si fue la ventisca de Octubre o la cereza madura del cansancio, ¿o qué fue entonces el encanto? Limpia sigue tu tez de muchacha antigua, lívida durmiente de un denuedo ensortijado, dolorosa dueles a mi duelo, de ti espero amor sin corona ni escapulario. Y a ella, a la que usted nunca aceptó, hurgar en sus cajones sin ningún resultado, sólo tenía el dinero de la venta de suéteres, ¿y toda la feria de la herencia? Usted la adivinó desde antes, cuando llegó a tocar la puerta, esta viene a chingarme, pensó camino a la cocina, cerró la entrada y las cortinas como hacía siempre con las clientas de la quiromancia y las limpias. Se tardó buen rato, tres o cuatro horas, pero muy calladas, apenas se oían murmullos, pegada la oreja a la ventana de mi habitación escuché que cerró la puerta, que arrastró el anunció hasta el zaguán, salí para preguntarle por qué cerraba temprano, pero no contestó, una mirada furiosa nada más, para entonces ya tenias prisa por prepararlo todo. El amor es un ánfora donde se esconden los lagartos, también .una jugada. Lo que fue de la especie es vicio, aullido de la carne, culto al pellejo; porque las pequeñas certezas van disfrazadas de verdades intachables, a ellas sujetamos las anclas, guardamos las velas. La higiene es para los ángeles, porque no tienen sexo y jamás sabrán como saben, como huelen y vuelan los nuestros; aquella vorágine de vellos sudados, tu flacura flotaba en el cuarto, todo el olor del tabaco que nunca terminas-te. Pero hay que construir la certeza, no viene de ninguna parte, hay que arrastrarla, hacerla entrar al pecho, de ahí la dolencia, de no poderla domesticar, a esa verdad dolorosa, a ese payaso absurdo que se ríe de uno. El amor es un ánfora donde duermen los lagartos, salamandras de fuegos calmos ardidas en sus pieles múltiples, camaleones que rugen con sangre desde los ojos, una mordida en la nalga de esa puta que es la vida, maldita farsante de caderas malignas, burlarte del pobrediablo que dilapida el salario, el sabio de cantina que le recita a tus pechos velardinas florituras, los idiotas de dedos felices, teclea que teclea recibos. Ese lagarto ha salido del ámpula, que se guarde, que se meta el condenado, no lo veas ni le creas el disfraz de santo, esa barba y el báculo son ilusión, mira sus colmillos, tan grandes como los de Cristo. En la calle, camino a casa ella me alcanzó, tenía bien fraguado el plan, comenzó por hacerme creer que jugaríamos del mismo bando, mira, me dijo maliciosa, tu abuela te trata muy mal, deberías mostrarle que eres independiente, que los tienes bien grandotes. Cohibido y excitado, pues aparte del cuerpo apetecible se encimaba como una ardilla a un árbol, le dije que no eras malvada, al contrario, recalqué cuando me soltó la camisa, mi abuela es la única que me ayuda a sobrevivir. Ayer mantuve la atención en algo más que llenar el hueco infinito y mortal de la impaciencia. Una pareja que se besaba detrás de una camioneta me hizo imaginarte recostada sobre la cajuela. Las manos del muchacho eran las mías, los ojos tuyos los de ella, de ella tu respiración de criatura adolescente. Creciéndonos. Soy manos de hielo desde el desierto, escribo para contenerme, para evitar el estallido de las ventanas y los vasos, para tragarme el ansia cabrona, estos dientes que chirrían, ese desamparo que me cuece; nostalgia de tu sexo en donde caben todos los cuentos, sin ser verdad ni ser mentidos, y qué importa sin son mentiras, la verdad es que me hundo, conforme lo hago me separo de la raíz de la vida. Qué es la raíz de la flor sino una condena que aferra la dulzura del color a la tierra, y qué el amor sino otra cara del hambre de los cuerpos, y qué el hambre de los cuerpos: nostalgia de lo que no se dio, cosquillas arrepentidas todo el día. Si observaras la flor de la embriagues como abre y cierra los pétalos y al traidor del sol doblegar la nobleza de las sombras. Estas cosas cantaré abrazado a ti en la montaña, haremos como aquellos que se contentaron al mirar la lluvia y un dejarse vivir como la hojarasca bendijo su hogar, su cuerpo. Escucha como se queja la carne hedionda de los que te montan, como ronca la bestia del desconsuelo, del desconocido que se arrastra a tus pies, ten misericordia, ten piedad de nosotros, los muy solos, los muy gachos tipos, maravillosa mujer danos la saciedad de tus muslos, ten piedad de nosotros, insúltanos puerca libertina, ten piedad de nosotros, a eso hemos venido a tu templo. La nada, esa nada sepulcral que vuelve todos los días, que llama nuestras puertas y se aleja corriendo, la bromista nada de los insanos, ella que es destino, a ella nos debemos y nada más, luego del desengaño, luego de las ortigas enmarañadas del camino, no hay un lugar mejor para el corazón de nadie. Denle un estirón de la cola a ese gato para que se destripe lejos. Me convenció al fin, nunca fui ciego pero sí hipócrita, sabía muy bien que usted me quería, pero ella dio en el clavo con sus tretas, con sus tetas, instó mi ser carnal, lo llamó desde la enfermedad perfumadora del coito. El plan era simple y conocido: matar, robar, huir… ser atrapados, pensaba, porque siempre fui consiente que a nosotros nos atraparían pronto, aún si logramos escapar en el momento de la persecución, nos echarían el guante porque no éramos criminales de sindicato, sólo dos avariciosos desesperados como abundan. Abrí la cerradura para dejar tras de mí la presentida muerte que no te dejaba en paz, tenías veladoras en toda la casa, el bracero hacía espeso humo de copal, escuché que rezabas; por una rendija entre vidrio y cortina te observé hincada orar delante de los veinte maniquíes que vestías en la tienda, de la sorpresa me dio risa, toda la vida rezaste a los santos, a las vírgenes, no comprendí por que de pronto te postraste ante aquellos muñecos. Me sentí de vuelo pero soy terrestre: me arrastro. Si vida y fortuna jamás aparecen y si has posado tus labios en la copa del hastío, sabrás entonces que todo era un montaje, esto dolerá por meses y años, es condición de la criatura adaptarse al fracaso, Y ya perdidos, sólo aquellas creencias, aquellas certezas consiguen asir los despojos al barro, el festín de los gusanos, el milagro de pudrirse y comenzar una vez más el ciclo odioso de la gestación. Maldita humanidad, que libre sería el hombre sin ti, que ufano, que maravilloso brillarían las constelaciones sin el vaho asfixiante que exhalan tus mascaras, maldita humanidad, cierra esa llave que el gas se está tirando. Entonces es verdad que la mujer es un calvario para el lascivo tras la persiana, un simulacro de verdadera alegría, o la alegría verdadera tan semejante a una muchacha que baila con una pandereta alzada por sus brazos, qué hermosa mentira, que fabuloso espejismo; no puedo atraparte como a las criaturas del aire, eres más etérea y alguien llamado dolor nos separó en un tiempo muy antiguo, cuando horadamos en el alma desnuda, desnudos y quietos, pero tienen semejanza nuestros cuerpos semejantes y ni eso, él tuyo decrece en las madrugadas para contraer el mío hasta la nimia ternura de mi mano en tu pubis. Me fui a la habitación a esperar que fuesen las cuatro de la mañana, me acosté con ánimos de dormir profundamente, apenas cerré los parpados la vi a ella montada en mí, sobándome encima del pantalón con sus nalgas duritas; como quisiera no haberle hecho caso, decirle que yo también te quería, abuela, que mejor me estaba de niño en tus faldas que de jodido entre sus piernas. Me mandó un mensaje al teléfono y salí para abrir la puerta de la calle, la hice entrar y le ayudé con un costal donde pensaba meterte, quizá en pedazos. Creímos que dormías, entramos a tu habitación y tú sabes el resto… ¿para que te cuento lo que ya sabes?... los maniquís se abalanzaron a nosotros, aún recuerdo lo fuertes que eran, como sus manos parecían tener la flexibilidad y la fuerza de un humano. Saliste del armario de tus santos, traías en brazos a San Judas Tadeo y San Miguel Arcángel, de los ojos de las figurillas salían rayos de luz muy finos que iluminaron de azul profundo la habitación; ella traía el martillo, golpeó a los maniquíes aunque con muy poco tino, no logró derribarlos, sólo los detenía, frenaba un poco el ataque, yo en cambio fui maniatado en pocos minutos, me tenían contra el suelo, amarrado con sogas; con una mejilla en el piso helado la observé desaparecer por la puerta, comprendí que el castigo sería todo para mí, por creerle, por caer en la fantasía del solitario, por la ceguera lúbrica. El hado es traidor y se esmera en atacarnos, guarda reposo en las esquinas, nos asalta de un salto, somos tan infelices para creer sus falacias, de un golpe quedará muerto, de un golpe cierro este montón de hojas, la calle es silenciosa, bulle un calor de lámparas eléctricas, tengo mis pies y mis ojos, tengo el peso de la historia y el mal sabor de los años, quisiera hacer como aquel perro: escarbar un hueco a la medida y dejarme morir, basta de este alboroto. Bajo las nubes, debajo del halito sombrío de su peso, sentí la gravedad hirsuta de la llovizna. Se mantenía cálida la herida de la tierra, verano leímos en rayados cuadernos de pasto y flores. Una lombriz blanda es mi pie derecho, depravado a voluntad ardió de dolor en su tibia poquedad de cinco dedos. Mi querida, espera a que baje la hinchazón para que cierres la llave de la lluvia, déjame respirar esta agua con mis branquias, perdidas en la madrugada cuando me fueron otorgados los inútiles adoloridos bastones de hueso débil. Recuperadas ahora que vienen las limosnas del cielo, en el ocaso de mi carrera de joven, viejo a los veintitantos, gestual y farsante, te escribo sin auspicio de la lluvia. Escúchame amiga mía, ligera amiga: estoy comiendo de tu recuerdo trocitos de calma para las ansias, reventado de pastillas, sobado como un chichimeca al sol de la estepa tendido, y soy el ciudadano tal y tal, no puedo regalarte un puma ni construir una pirámide, cómo podría con el piquetazo recio del dolor de tobillo, cómo podría si he bebido incluso el vino de las ofrendas. Voy a los prados cantando versos a las palmas, los helechos, las gladiolas; perdido en el tiempo, acariciado por sus lóbregas estaciones. La gota sobre el parabrisas mantiene su baile ejercitado en tintinear, lo mojado tiene el peso de la relajación, mis vísceras igual, por eso se callan, el rápido adiós del colibrí que llegó montado en la estrella de la mañana que es Satanás y el fruto lacio de la luz que comienza, reanima y comienza El amor es un ánfora donde rumian los lagartos. No sabía que tú hicieras los maniquís para la tienda abuela, nunca entré al taller ni sospeché nada. Sentí el baño ardiente de la cera, mi piel fundirse como sebo a la jalea hirviente, desmayado por el dolor desperté en el cascaron tras el que ahora comienza a morir mi cuerpo verdadero, este muñeco que he sido por meses está desgastado, las tripas empiezan a inflarse, hace mucho que estoy muerto y es mentira que los muertos se encuentren en algún sitio, yo sigo atado a un cuerpo falso, todas las mañanas asoleado en este balcón, no debió dejarme en este lugar, desde aquí vi su funeral dos días después, desde aquí veo su fantasma columpiarse en brazos del viento y usted como si estuviera viva, como si viniera del mercado y la espera terminará en abrazo, quihubo mijo. Pero es la sombra de ese eucalipto la que baña estas baldosas, la cal de los callejones, la panza de los perros recostados en el sopor de la tarde que es cruel y lejana. La veo caminar y lloro; son las ramas, pienso y repienso, son las ramas a quienes el viento maldito no da tregua. Sepulcral, difusa avanza, pero no me acurruca, ni me dice ya no bebas; fue su mano ancha de señora tremebunda, preocupada por la olla en el fuego, por los dientes de los bebés. Así viene ahora como venía siempre, pero es todas las hojas secas en el pasto, la botella a medias, escondida entre mi ropa, un traguito para despistar a la memoria y otro largo, largo para adormecer al coraje. Qué es la raíz de la flor sino una condena que aferra la dulzura del color a la tierra, y qué el amor sino otra cara del hambre de los cuerpos, y qué el hambre de los cuerpos: nostalgia de lo que no se dio, cosquillas arrepentidas todo el día.


De interpretaciones...

De interpretaciones
Veremundo Carrillo-Reveles

Entre que sí y entre que no. Como quien no quiere la cosa, pero al mismo tiempo no hace nada por moverse, sabedor de que su figura es indispensable, así aparece la silueta de Ernesto Guevara: disimulado pero omnipresente. La maravillosa fotografía que alguna mañana anónima tomó Alejandro Ortega en la casa de una colega italiana, es una metáfora precisa del significado que tiene el Che para la historia continental: más que un personaje central, que lo es, encarna la conciencia de una América posible.
Ahí está en Guevara, el guerrillero, el revolucionario, el transformador, emergiendo sobre las teclas de una vieja máquina de escribir. Su sola presencia en ese sitio preciso es significativa: recuerda que una historia distinta para el continente aún está por escribirse. Las cejas ligeramente fruncidas y la mirada fiscalizadora parecen exigir al espectador que haga algo, lo que sea, por cambiar el argumento de esa novela de terror que se ha tejido durante siglos para América Latina.
Su estampa, como gran parte de lo que se construye alrededor del Che, tiene tintes de una devoción casi religiosa. Esperanza, conciencia, cambio, son adjetivos que se adhieren una y otra vez a las imágenes de Guevara, alimentando un proceso de mitificación del héroe continental. El alcance, sin embargo, se ha desbordado: estampados con el rostro del Che decoran miles de camisetas y de pósters alrededor del mundo, como sinónimo de rebelión, de espíritu contestatario, pero también de moda. Y las modas no sólo son estereotipadoras, sino también pasajeras.
En ese punto donde la fotografía de Ortega Neria alcanza una nueva dimensión. Es revelador que la efigie de Guevara aparezca entre una máquina de escribir. Es una versión distinta de conciencia. Parece ahora, como si este rosarino devorador insaciable de libros, quisiera decir algo. Las cejas ya no imperativas, sino piadosas. Como si con su presencia en ese preciso sitio quisiera dar a entender algo: quizás para la transformación profunda que reclama nuestro continente es necesario dejar ya de lado la opción de las balas y darle su paso al de las palabras que se vuelven hechos, acciones.
Es un Che más real, más humano y menos mito. Una conciencia concreta y precisa. Luchar por cambiar la historia no es ya irse a dar de tiros a la selva boliviana, sino transformar lo que se tiene frente a sí. Romper el conformismo y acribillar la indiferencia. Quizás es esa la metáfora. Quizás no es lo es. Finalmente en el mundo de las interpretaciones las posibilidades son infinitas.



Lágrimas de Egeo I-II

Lágrimas De Egeo
Salvador Lira

I
Miré a lo lejos el barco
que se iba como espuma.
Ahí comprendí el sonido,
una solada que desangra
como el vaivén de maderos
y uñas en mensaje de sal.
La abertura no creció;
toda ola no perdida en el fracaso
sufre causalidades fónicas:
vientos que se anclan en mi frente,
que vuelan y caen
del muelle, sin la borda.

Sólo anuncio que tu barco partió
o naufragó como suelen partir
las muecas de deseo.

En maniobra de capitán novato,
el remolino hundió los ojos
varado sobre nubes
en malezas de hiel:
-uno ancla-
-otro aflige-.

Sé ahora que regresa como estaca
la ola, hoja, solada
en la mata forajida del juego
y la promesa del regreso interrumpido.


II
¿Qué hacer con la promesa en las manos?
Sobre la arena de escritura
una espera converge la herida.

El rasguño se formó, al instante.
La huella regresará con su nombre.




Pocos lo saben. La sombra que viene de ningún lado

Pocos lo saben
Bernardo Araujo

Pudo haber llegado de una larga caminata, luego de cobrar la pensión por ancianidad, o quizá no. Iban a dar las tres. En la placita: tres o cuatro bancas envuelven a una antigua fuente empotrada al muro. Hay mujeres. Dos o tres de ellas. Blancas. Delgadas. Morenas Sucias. Entalladas. Su espalda y pecho semidesnudos, pero nada alarmante o en últimas cuentas algo indecente apenas. Son muy jóvenes. La mayor parte de ellas sostienen hijos, pequeños. Hay también ancianos. Uno de ellos se aproxima. Se detiene, de pronto. Queda estático mientras la gente pasa, uno tras otro sin parar. Él, inmóvil. Las mujeres atienden a sus críos. Se miran de reojo. Continúan. Al frente: en un supermercado, dos uniformados recorren de prisa los pasillos, entre los estantes de ropa para dama, incluso dentro de los vestidores. Ellos, ni siquiera miran. Siguen gruñendo claves en sus radios, averiguan. Como perros de caza, olfatean. Más adelante: un templo abandonado. Sobre la piedra carcomida aún se deja leer una fecha sumamente lejana. Fue la primera iglesia de la ciudad, pocos lo saben. Solían venir palomas a ese sitio, a muchos otros por aquí. No volvieron. Hay un café, en la esquina. La anciana habla de sus hijos –un par de “buenos mozos” radicados fuera del país, exitosísimos– a una mesera que hace sumas mentales y sirve café en la mesa de al lado. En otro tiempo también hubo palomas en esos balcones. La anciana prosigue, jactanciosa. En la placita: el hombre, ya inane, deja entrever un movimiento. Una de las mujeres guarda el seno todavía chorreante. Envuelve al crío. Se marchan. Las calles se vacían, la plaza. Una sombra desciende de algún sitio. Los uniformados desistieron. Apagaron los radios. Resolvieron mirar, sólo por estar seguros. La pequeña sombra se posa frente a él, que pudo haber llegado de una larga caminata… o quizá no. Él dice: Llegó el tiempo. La anciana, inquebrantable.



Pausa. Mujerzuela abandonada

Pausa
Julio Yrizar

Verso Uno
El Modo
(el muro)


Confluencia de las rocas inapreciables.
Telón tenaz, concho del hogar.
nuevo útero gélido del hombre.
Tacto doloroso en la cima del pudor
todo se maquilla distancias del morbo.

Verso Dos
El Nexo
(la bicicleta)

El olvido para aquel que ya no te monta.
Grisma de dicha sin él te queda
Mujerzuela abandonada
robusta y plena antes por la carga
Suculento pedaleo te inyectaba vida
jeringazo de nada hoy te queda
tapia gris es tu sostén.

Verso Tres
El Infinito

Al velocípedo de competencia
Inquietos pensamientos le atormentan
figuras de veloces movimientos
nimias le descifran el subconsciente
tozuda pared paciente, lo tolera.




Me encuentro solo

Me encuentro solo.
Melina González

“La muerte es una vida vivida.
La vida es una muerte que viene”.
Borges

Sólo estoy en medio de murmullos que se alejan; rostros que alguna vez me parecieron conocidos, marchan aparentemente sin rumbo alrededor mío. De vez en vez, lanzan una que otra mirada hacia dónde me encuentro (¿será acaso sólo la mórbida intención de verme o buscan en mí alguna mirada que les recuerde a través de mi condición su condición?); los bullicios, que en un inicio mantenían un ritmo, ahora parecen ser parte de una sinfonía que emula al caos; un sublime y hermoso caos que me advierte que el momento esta próximo.
Espero pacientemente mi último aliento. Lo aguardo con la paciencia que provoca saberse próximo a ser eterno. Ya no tengo prisa. El tiempo ahora, quedará excluido de mi existencia (¿acaso así cómo mi conciencia?). Lo que fui, ya no lo seré. Lo que soy –ahora - será un sueño. Aquél sueño que siempre tuve y que hoy, sueño con ahínco a través de mi último suspiro. El sueño de la vida. O la vida en un sueño.
Llega el silencio. Los murmullos cada vez se escuchan más lejanos. La música (“esa” sinfonía) envuelve al ambiente. Aroma a copal inunda el escenario. Uno tras otro salen mis compañeros, cada uno inmerso en su propio pensamiento. La respiración – mi respiración- cada vez es más agitada. Sé que es mi despedida. Qué me iré cómo siempre quise y haciendo lo que me da la vida: a través de la representación de una vida que se extingue he encontrado mi vida, y hoy, ésta me abandona a través de mi muerte puesta en escena.
Corro tras el telón. Los barullos se confunden con el estridente sonido de los aplausos. Les ha gustado. Mi respiración es más lenta. Un sentimiento de satisfacción y de nostalgia me embarga. ¿Cómo decir adiós? ¿Cómo explicar que ha sido mi última función? Me mudo a los escenarios de la eternidad. Lanzo una última mirada hacia los que un día vivieron dentro de mi existencia. Es mi última interpretación: la de mi propia muerte.
Me encuentro solo…
La sinfonía del caos ahora, ha envuelto al ambiente…




Bob Geldof (Tratado de la armonía) I

Bob Geldof (Tratado de la armonía) II

Melina González.

I

Imaginarse un mundo sin pasión es imaginarse un mundo en el cual los amantes vivirían en eternos silencios; un mundo sin pasión sería un mundo carente de la angustiosa ansiedad que provoca el arribo de noticias, de personas y de situaciones a nuestras vidas.
Imaginarse un mundo sin pasión sería también imaginarse un mundo sin música.
Un mundo en el que habríamos perdido la capacidad de reunir lo profano con lo sagrado; dónde lo místico ya no tendría espacio; dónde el lenguaje divino ya no sería entendido y en el que los hombres, ya no podríamos comunicarnos.
Vivir con y en la pasión es vivir en un mundo de concordia. De armonía. Dónde el equilibrio es la armonía y dónde la armonía da el equilibrio en : sobre y todas las cosas. Vivir así es vivir en la eterna conciencia, en la eterna idea que Mnemósine, sobre los humanos nos ha reservado.
Sin embargo, el hombre, desde que hubo terminado de configurarse como su propia invención, envanecido y creyendo que podría tener para sí este lenguaje, trató de poseerlo de manera exclusiva; Se lo arrebató a Euterpe, quien, precavida, había escondido algo de esta lengua en el olimpo, junto a los dioses, por lo que el hombre, en un inicio se vió limitado a reproducir los cánticos celestiales que por suerte y por fortuna, algunos hombres lograron entender para a su vez, hacerse entender con sus divinidades.
Sin embargo, el hombre, por naturaleza – y a petición de los Dioses- en un momento de su existencia: creó la música. Creó - y por derecho- , legitimizó una lengua universal que le permitiera, con el paso del tiempo, seguir comunicándose con lo sagrado, con lo que yacía muy por encima de su conciencia.
Cuando el músico hubo encarnado la posición de poeta; cuando hubo encontrado la inspiración, la idea, la lengua que los dioses le dejaban en sublimes notas y acompasados sonidos, el hombre encontró la armonía. Porque la armonía es Todo, porque el hombre, en su frágil naturaleza, necesita saberse entendido y entendible; porque el hombre necesita comunicar todo lo que le acontece; porque el hombre, - ser envanecido y necio- necesita, imperiosamente dejar huella de su existencia. El hombre trata de ser “armónico” tal vez tratando de acceder a ese mundo primigenio, natural y eterno del que había sido expulsado, tal vez porque trata de regresar a ese cosmos impávido del que Platón nos habla, tal vez, y sólo tal vez, porque el hombre antiguo, más sabio, hace mucho tiempo se preocupó por retornar al “Eros” platónico.
“Y bien, mi querido Fedro, ¿no te parece que estoy inspirado por alguna divinidad?

II

El Eros, según Platón, pertenecía a ese universo primigenio y divino; era el encargado de otorgar la belleza y la inteligencia; era esa “belleza” por la que Fedro enloquecía. Eran las ideas imperturbables, celestiales, de las que dimanaba la “episteme”, el conocimiento. El “eros” es el lenguaje musical.
Y este lenguaje, mediante la inspiración de Dioses y Musas era depositado en rapsodas, en poetas, en “médium” que tomaban el cuerpo de músicos que eran los encomendados de compartirlas con el resto de los mortales, obsequiándonos con ellas un momento de gloria, al ser presentadas como una revelación sagrada, como un acercamiento a ese mundo ideal y original.
Y mientras, el Eris, lo discorde, trataba de ser representado y asimilado a través de similares apariencias, el “eros” le recordaba al hombre su existencia y la conciencia que sobre ésta, se debía de tener. Ésta es la finalidad del músico, del poeta: recordarnos el lenguaje divino; acercarnos a lo sagrado, conciliándonos en ambos mundos: lo espiritual y lo cósico.
Sin embargo, el “Eris”, la “doxa”, la opinión, que esta regida por los sentidos, por la aísthesis - que era la percepción sensible y sublime- , por lo cósico, no permite al hombre captar su verdadera realidad. Ambos, separados por el khora, antiguamente permanecían distanciados, sin posibilidades de conciliar ese mundo infinito con el finito. Por esta razón, para el hombre, es el arte relevante tarea, puesto que es la único medio de poder encontrar la armonía espiritual con la corporal.
Sin embargo, ahora, cuando el hombre a través de su experiencia se ha vuelto más inexperto, ha vuelto a retomar y a tratar de entender los mensajes divinos. Así, a través de la música, es que el hombre, ha vuelto hablar con sus dioses; es así, que el hombre, vuelve, una vez más a su estado primigenio y original.



Maternidad. El broche

Maternidad
Julio Yrirzar

Verso Uno
El Modo
(el broche)


Frámea sin regatón de la fámula - vandera
gilva sin opción de gloria ante la carencia
Sustantiva de batalla.
tendente a ser roja por disposición del sino
tarascada sin sangre, anémica quedas.


Verso Dos
El Nexo
(el tendedero)

El tenso puente que sujetan tus fauces vacías
Fatalidad petulante se me antoja
mélica creación para honrar lo fatuo
lilaila que oculta el sostén original
como dogma de religión agua encharcada
Broker entre la verdad y la masa
cheque sin recursos para la honestidad.


Verso Tres
El Vacío


Tocar fondo es un cliché del que la imagen escapa
dolorosa incertidumbre sin embargo prevalece.
Vate alguno podrá jamás determinar el
cínico ciclo tras el cual ese cordón sustento
obligado estará, a ser trozado.




Invisible

Citlaly Aguilar

Como un hombre invisible, estoy aquí, diciendo tu nombre, para que con palabras invisibles, sin escucharme me escuches y no sepas que soy yo quien siempre te observa.




Postergando siempre la promesa de lo que pudo ser


Fragmentos de troterías. Bitácora de viaje (ida y vuelta) III
Yolanda Alonso

Y es cierto que dan ganas de marcar un número al azar y preguntar ¿Podríamos conversar un rato? Del clima, de lo que sea…Se está tan solo en esta bruma, que uno quisiera practicar el amor sin próxima estación, postergando siempre la promesa de lo que pudo ser



El soundtrack de los barcos cansados

Soundtrack
Veremundo Carrillo-Reveles

Los tenis. La mochila. Los audífonos. La cámara. Quizás unos jeans suficientemente desgastados y lentes oscuros disimula-crudas. Indispensable una gorra bien kilometrada, una sudadera de capucha y un libro a prueba de guajoloteros, guajolotazos y lo que venga. Pulseras para recordar a los amigos y la foto arrugada de La Chica metida a conciencia en la cartera. En las bolsas monedas de cincuenta y un par de rollos clandestinos de sorjuanas en los calcetines. Radiografía de un viaje, prótesis indispensables de un viajero.
Los pasos se lanzan sobre el camino, como las redes de los pescadores sobre las olas apenas y se va despedida por el canto de los gallos doña Madrugada. Murmullos de grillos y el ronroneo de algún motor son los primeros compases de un soundtrack que se antoja revelador. El viaje es, sobretodo y ante todo, un encuentro ¿Con quién o con qué? Con aquello que es desconocido, que le es ajeno al explorador, por supuesto, pero primordialmente se trata de un encuentro ritual consigo mismo y en eso, el peso de un buen contexto musical adquiere tintes de vida o muerte: es la conexión entre el yo interno, el externo y todo lo que les rodea en el momento de tránsito.
No es lo mismo viajar en el fondo de un autobús “pedorriento” que se tambalea en caminos de terracería, escuchando los alaridos de Lady Gaga, que las notas de La Jerez. Ni siquiera resulta comparable la experiencia de disfrutar unos triquitraques y una coquita de vidrio en un Oxxo anónimo, acompañado por Café Tacuba, que soportando un cover de Thalía. Y muchos menos es lo mismo, tomarse una Pacífico en un bar sudoroso tarareando Ska, que bailando cumbia tropicalota. Ni mejor ni “menos” peor. Simplemente sonidos que se atraviesan en el momento preciso, casi siempre por intervención extraterrenal, marcando el rumbo de la travesía, pero sobre todo el de la memoria que de ella se construye.
Y el mar es esencial como elemento polifónico. La culminación perfecta para cualquier viajero de Tierra Adentro. El puerto, por supuesto Veracruz, marca el compás. No son sólo los taconazos del Danzón, los gritos del “güero-güera” o el acento cadencioso de las mulatas que pasean por el malecón. Están las olas que rompen contra rocas invisibles y el trajín de las grúas que cargan y descargan barcos, con la sincronía y la gracia del ballet. Es entonces, en el momento cumbre de la sinfonía, de la última pista del soundtrack, cuando el viajero captura en lo más profundo de su ser la imagen en escala de grises del puerto que se abre ante sus ojos y oídos. Justo en esa fracción de segundo en que el mundo es completa y absolutamente suyo, se cierra la pantalla: “podéis regresar en paz, el ritual ha terminado”.


Llovía tanto esos días

Fragmentos de troterías. Bitácora de viaje (ida y vuelta) II
Yolanda Alonso

Se arrepentía de eso y más, de haber estado tan cerca de Lisboa y tomar la dirección contraria, llegar a puerto y no descender, llovía tanto esos días que no le quedaba nada seco en el alma.




Girar al sol

Girar al sol
Ana María Aquino Gutiérrez

Continuar era mi costumbre, nunca mirar atrás, sólo girar. Sabes lo frágil que estoy en este estado, hasta el más suave correr del viento me puede quebrar, hacerme polvo y esparcir los fragmentos una fracción del planeta, aunque minúscula, siempre lejos de ti. No habrá oportunidad de mirar atrás. Fue la última vez, tuve la intensión de girar, pero el miedo no me lo permitió. Tan brillante era la luz del sol que no me dejó ver el titilar de otras estrellas en existencia, y terminé calcinada.
Ahora sé que nunca volveré. Los recuerdos nunca son suficientes, ni siquiera una fotografía que, como lienzo, permite capturar el instante en que el aire me arrastra a la luz, de donde ya no será posible salir y me hace quedar así, gris, sola, desamarillada, inflexible, sin poder seguir de Este a Oeste al sol sin que la cabeza se desprenda del cuerpo.




Tan afuera y tan dentro

Fragmentos de troterías. Bitácora de viaje (ida y vuelta) I
Yolanda Alonso

Así es como Ella afirma que nunca estando tan fuera se había sentido tan dentro, escuchando cómo pájaros y campanadas despiden al mundo.



Azoteas y tinacos

Azoteas y tinacos.
Veremundo Carrillo-Reveles

La de las azoteas que se encaraman una sobre otra, en una orgía de fachadas desparramadas hacia el infinito, es una suerte de ciudad universal. Una urbe de muchos rostros que a la vez puede ser todas y ninguna, como si el caos de tinacos, ladrillos, antenas parabólicas y ventanas multiformes hermanara a todas las metrópolis del mundo en una sola, atrapada para siempre por la lente de Ortega Neri, ese cazador de momentos, de olor a dulce, antojo perpetuo de pozole rojo y sapiencia cinematográfica inabarcable.
Quien ve por primera vez la imagen, se topa irremediablemente con un paisaje tan cotidiano que resulta único. Pocas veces la mirada del citadino, demasiado angustiado con su propia supervivencia, se alza a mirar el horizonte que se extiende frente a sí. Y sí lo hace, busca consuelo en los resquicios que indiquen un origen y un destino. Esta vez, sin embargo, la vista no rastrea un rascacielos ultramoderno ni un monumento centenario: choca de frente con una instantánea urbana del día a día.
¿Sao Paulo? ¿Bangladesh? ¿Lisboa?... ¿Zacatecas? El consuelo que brinda la fotografía al aldeano urbano es la posibilidad de la universalidad. Si la de la lámina es una ciudad que puede ser todas y cualquiera, incluso la propia, el que la mira puede ser todos los hombres y cualquiera, incluso uno mismo. El reconocerse como parte de una ciudad, de un barrio, de una cuadra, de una calle…del mundo, brinda al menos la certeza de no saberse solo, de poseer una identidad global de tinacos y azoteas.
Y la familiaridad alimenta la esperanza. La imagen deja de ser imagen y se convierte en paisaje vivo, de olores y de ruidos: de aroma a Suavitel que desprenden las sábanas colgadas de los tendederos; del murmullo de los novios-manitas-sudadas que se acurrucan en las esquinas; de las humaredas suculentas de estufas y hornos; del ronroneo hambriento de los gatos y del ladrido nocturno de los canes; de las narraciones tremendistas de los partidos de fútbol y del lacrimógeno argumento de las telenovelas, cuyo eco audio eléctrico sacude los ventanales de la barriada.
La magia de la fotografía de Ortega Neri no reside sólo en lo que muestra directamente, sino en todo aquello que capta a través de ella, en el alma misma de la imagen: la de una ciudad viva, que ante el transeúnte se erige como la síntesis de todas las urbes posibles e imposibles, pero que también es la suya, la de todos sus días, la que come sus pasos y a veces le oculta sus sentidos. Esa urbe, esa metrópoli, esa ciudad que, ante todo y sobre todo, es su hogar.




Meteoritos batidos con estigmas rojos

Meteoritos
Fátima Sánchez

Meteoritos amontonados, sazonados y otra vez amontonados
Muy juntitos, aromatizados, endulzados, batidos con estigmas rojos.
Piedritas en el camino que atestiguaron tu forma de caminar
Señales de nupcias de un árbol que da rosas con el astral invierno
Si conjuntas todo esto, obtendrás un conjuro universal.


Ella y el sillón rojo...desenlace
Citlaly Aguilar

... y entonces Sillón Rojo quedó unos minutos en silencio, contempló la ventana oscura que apuntaba hacia la noche, calló, observó los ojos de ELLA que temblaban, como intentando no llorar y ambos quedaron sepultados en un halo invisible de soledad por un tiempo indefinible.