domingo, 11 de diciembre de 2011

La mujer policía que sueña con leer novelas de dragones.

La mujer policía que sueña con leer novelas de dragones.

Verónica Guerrero se levanta todos los días poquito después de las seis de la mañana, el horario de entrada es a las ocho, sin embargo en lo que se alista y se enfunda en su uniforma azul marino, los minutos resultan justos para estar a tiempo en su rutina que a veces de acuerdo a su chamba, se altera, normalmente con situaciones de peligro, aunque esta vez, ese día, lo que alteró su rutina fue algo más bello.

Verónica Guerrero es policía municipal, labora ahí desde hace 12 años, aunque éstos divididos en dos temporadas, la primera sólo duro cuatro años, ahora ya lleva ochos más y parece, si la vida se lo permite, que serán unos pocos más, porque su sueño no es recorrer diariamente por 12 horas las calles del centro, no, su sueño es estudiar y terminar su carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas, pero la chamba es necesaria para mantener a su “beba” y por lo tanto, por el momento, las aulas aún están lejos.

Como Vero, yo también recorro, más o menos, las mismas horas las mismas calles, sin embargo a diferencia de ella yo cargo un arma diferente, ella un revólver, yo una cámara colgada al cuello. Pues en uno de esos recorridos la conocí, no importa si fue ayer, hoy, o mañana, un día, en un instante la conocí y su historia me fascinó.

Caminaba a través del Portal de Rosales de mi ciudad, ahí, tradicionalmente en épocas navideñas se instala la asociación de libreros a lo largo del lugar con el fin de sacar los libros a desempolvar y brindar la opción de un maravilloso regalo para las fiestas. Ahí estaba ella, con su uniforme y su revólver, su radio y sus esposas bien colocadas, pero en las manos sostenía un libro, enorme y choncho, yo pensé en tomarle una foto y lo hice, me quería quedar con esa imagen que nuestros ojos no están avezados a ver, un uniformado, en esta caso una uniformada, con un libro sobre las manos.

Me coloqué justamente a su lado, en ese stand que ofrecía libros de segunda mano de autores como Pessoa, Baricco, Auster, Marías, Kerouac, Restrepo, entre otros. Iba decidido a comprar la Trilogía de Nueva York de Paul Auster, pero instantes atrás se habían llevado el último ejemplar, al preguntar si lo tendrían nuevamente ella intervino y me preguntó que de qué se trataba ese.

Al responderle que era una serie de relatos cortos con tintes policiacos y detectives como personajes, su rostro se iluminó después de contestarme “Ah! En serio”, riendo le pregunté que si le gustaba leer y me dijo que sí pero que lo hacía poco, y me habló del Príncipe de Maquiavelo y de El laberinto de la soledad de Paz y me enseñó el que traía en la mano, una novela histórica titulada La dama del dragón ambientada en la Italia renacentista del escritor José Calvo Poyato, que quería leer porque a ella, Verónica, le fascinan los dragones.

Sin embargo no se decidía, pues el precio del libro no era accesible y regateaba, tan siquiera veinte pesos le rogaba al señor, pues lo que traía, dijo, era de lo último que le quedaba de la quincena y es que los municipales ganan aproximadamente 3 mil pesos cada quince días, y gastarse casi 200 pesos en un libro significó tal vez a un sacrificio de no tener el capital para la comida de una semana aproximadamente.

Aún así, Verónica compró su libro y me pregunta que si será cierto lo que viene escrito en él. Le contesto que tal vez muchas cosas sí, pues una novela histórica está fundamentada en muchos acontecimientos o pasajes de la historia, pero que el hecho de que sea una novela es ficción y por lo tanto lleva inmersa la tergiversación de la historia, “no te lo creas todo” le dije.

“Pues ya me quedé sin lana” dice con una sonrisa nerviosa, y continuo diciéndome que procurará leer más, aunque los libros cuesten caros, pues le encanta y aprovechando que estará aún la feria del libro por más días, sacrificará algo de la siguiente quincena para adquirir otra historia, no sabe cuál, pero se dará tiempo para buscarla, “si Dios quiere”.

Pues ese Dios al que Verónica se encomienda si ha querido protegerla, los tiempos han cambiado y ya el trabajo no es como era antes, como hace ocho o 12 años, “pues con la llegada de estos cabrones (se refiere a la llegada de los carteles de la droga al estado) las cosas se han puesto más difíciles” me dice, y continua diciendo que lo bueno es que “su Padre Santísimo la ha cuidado” porque no sabe qué día pueda ser el último de su vida.

Guerrero lamenta la situación, reconoce que muchos de sus compañeros están coludidos también con el crimen organizado, dice que no sabe exactamente quiénes, pero no quiere saberlo, aunque ellos, “los que andan en malos pasos” si saben todo de ella, de su familia, conocen su dirección y cada uno de sus movimientos, pero dice que a ella no le gusta nada de eso, que “Diosa sabe” que ella no hace daño y cuando se metió al trabajo, a parte de la falta de oportunidades que padecemos en este país, fue porque también le gusta ayudar a la gente, a que haya seguridad.

Llevábamos casi 40 minutos de plática, cuando abrió los ojos como si padeciera un ligero sustito y mirando a través de mis hombros me dijo “híjole, ay viene la comandante”, volteé y a cierta distancia se veía una rubia grande, ancha, vestida igualmente de azul marino y con su radio en la mano. Verónica envolvió su libro en la bolsita y se lo guardó en el interior de su chamarra de poli, buscó con la mirada a su pareja laboral que en vez de ver libros prefirió ver ropa y me dijo su nombre extendiéndome la mano.

Le correspondí y le dije que me daba mucho gusto haberla conocido, encontrarla en ese lugar que a veces parece no apto para polis, pero el hecho de encontrarla ahí me reveló aun un rayito de esperanza sabiendo que hasta los policías buscan leer para ser libres, buscan leer para disparar menos. Me fui y ella también, tal vez pensando en comenzar pronto su novela, yo me fui pensando que ese día, Verónica, llevaba un arma más poderosa que el revólver bajo su chamarra.


Elucubraciones

Por Jánea Estrada

Alejandro Ortega Neri -Alitos para los cuates- es un viajero del mundo, es un cazador de luces y sombras...es un hacedor de historias. Él dice que lo que hace solamente es contarlas, pero en realidad viaja todos los días con su mochila, su cámara y sus lentes en el equipaje cotidiano para buscar elementos con los que ha de tejer, hilvanas y construir sus imágenes cargadas de cosas que contarle a este mundo en el que ya nada parece sorprendernos...y de pronto ahí está, a cuadro, un personaje: la soledad de quien se sabe acompañado de sí mismo y sus recuerdos, la alegría del que nada ha tenido y al que todo le espera, el agua que refresca los ánimos más aciagos, los años que se han vivido y la nostalgia anticipada de los minutos que nos quedan por vivir.
El rostro de una niña sonriente nos hace cosquillas, nos arrebata de esa rutina, nos muestra e un sólo gesto la alegría de estar en este mundo, la valía de las cosas sencillas y pequeñas, las que casi nadie aprecia por estar imbuido en una realidad que ha pasado de ser simple a complicada por voluntad propia.
De la sonrisa pasamos a la sorpresa de encontrar un árbol inundado...¿o acaso estará anegado en el llanto de los que no encuentran? ¿De los que buscan algo y no encuentran? Ahí está la lancha...la posibilidad de tocar tierra firme. Cada uno elegirá si trepar más en las ramas del que está ahogado, o saltar desde ellas para salvarse y volver a jugar a las canicas (con el niño que sonríe desde la orilla, a salvo)
Lejos, en una ciudad cualquiera, llueve...podría ser Zacatecas. Podría, solamente, porque Alitos le deja al espectador la posibilidad de que sea él quien nombre a las cosas y a las ciudades como mejor le parezca. Una mujer joven y su hijo son sorprendidos por la lluvia torrencial, lo llevaba de la mano y al correr pierde un zapato...y al niño que se suelta y corre divertido, porque le han prohibido se moje y esta vez no hay escapatoria. Sonríe. Otra vez la sonrisa franca...otra vez el agua que moja pero que no inunda, que refresca pero no resfría, el agua que da vida...el agua que olvidamos disfrutar y que añoramos sólo cuando falta, como hoy, como los últimos meses eternos de sequía.
Y en esta misma escena...o en otra, en cualquier parte del mundo, hay un anciano que sentado, guarecido bajo los portales, lee. ¿Qué leerá mientras llueve o mientras llega la lluvia? ¿Qué elucubraciones tendrá? Parece que espera mientras lee, tal vez sea un amoroso de aquellos que no esperan nada, pero esperan...solo tal vez. ¿Qué elucubraciones tendrán quienes lo miran?
Otra historia: los danzantes han esperado que el agua llegue y un día, tal vez el mismo u otro cualquiera, el agua llega. Ataviados con túnicas y penachos sonríen empapados: la fe que mueve montañas es la misma que recompensa ahora a los que en el atrio de una iglesia han bailado para que las plantas vuelvan a florecer en los campos. Y florecen.
Y la gente ríe, el anciano que lee, la señora que juega a ser burbujas de jabón, el niño a la orilla del río, el que escapó de la mano de su madre, la muchacha que ha puesto un barco de papel para que navegue en la corriente repentina de las calles...ríen.
El discurso de las elucubraciones de Alejandro Ortega Neri es polisémico, el sentido dependerá siempre del espectador, que tomará las imágenes para construir sus propias historias. lo cierto es que este viajero del mundo, este fotógrafo que nos deja escenas de la vida cotidiana impresas en papel, en blanco y negro...tiene la peculiaridad de generar colores imaginarios. Búsquelos, ahí están ¿cuáles son sus propias elucubraciones?




Silenciosa y eterna

En esos días de lluvia

La llegada de Tláloc

Los mundos sutiles

Las cartas que un día llegaron

El caballero de la Madero

Mi salada rutina

En espera...

Los barcos que zarparon sin nosotros

¿Me cargas hasta el cielo?

martes, 6 de diciembre de 2011

Crónica escrita y visual de la visita de las reliquias del beato

Sonaban apenas las ocho de la mañana en el reloj cuando ya algunas personas, en su mayoría señoras, se encontraban ya formadas a las afueras del gigante de cantera que es la catedral, que aún no abría sus enormes puertas que fueron labradas con paciencia centenaria al público en general y sobre todo a las reliquias del beato Juan Pablo II que un día antes habían llegado a Fresnillo, Zacatecas, sí ese lugar por donde parece que no pasó Dios pero sí las reliquias del Papa viajero.

Formada la gente compraba manteles, pósters, bolsas, relicarios, rosarios y escapularios que los oportunistas de cada fiesta religiosa salen a vender cada que hay regocijo, familias y niños agitaban ansiosos sus banderitas con el rostro del polaco, algunos vendedores descansaban sobre las banquetas mientras fumaban y desde el Sanborns los cocineros y las meseras salían al balcón a esperar el desfile primero y el carro después donde transportaban los artefactos del beato, mientras en el primer piso de la tienda, aprovechando también el fervor, sacaban a la luz una medalla conmemorativa con el rostro de Juan Pablo.

Los niños que pertenecen a colegios católicos no se salvaron de desfilar ni de gritar hurras al beato, aunque parece que fue mejor agitar banderitas y marchar que estar encerrados en un aula.

Al llegar el convoy a las puertas de Catedral, nos acomodamos a manera de valla para poder obtener una buena toma de cuando bajaran la figura de cera y la colocaran en el umbral para que el obispo la recibiera, empero los municipales, los de logística y los encargados de cargar la figura trataban de obstaculizar nuestra vista y uno de los “guaruras” de las reliquias arremetió contra nosotros casi hasta el grado de intercambiar golpes con un compañero fotógrafo, lo que ocasionó un forcejeo entre las personas que estaban cerca para evitar que llegara a más.

Ya con los ánimos calmados, inició la ceremonia en el interior de la basílica, la misa a cargo del obispo, la gente se arremolinaba para poder ver y obtener una imagen con su celular de la imagen de cera del beato que reposaba al interior de una caja de plástico transparente y en el pecho un cruz con unos contenedores donde, dicen, está la sangre no coagulada que le da el pase libre para llegar a ser santo.

Gran parte de la caterva se quedó afuera esperando que los municipales les cedieran el paso, uno que no quiso se llevó de la boca de una viejita el “pinche pitufo culero”, mientras que por la puerta lateral, como siempre y sin dificultades, llegaba el alcalde de la ciudad con un traje gris igual que su gobierno a presenciar la misa y la figura que reposaba cerca del altar. ¿Cuando se terminará el privilegio para las autoridades que de seguro ni les importaba estar ahí como a otra gente que estuvo formada hasta cuatro horas para llegar a ver una figura de cera donde han puesto sus oraciones?

Afuera seguía la formación, el sol y sus rayos se desplegaban con sopor y la gente esperaba a impaciente a pasar hasta el altar de la basílica. Otros se conformaban con ver videos de Juan Pablo II que se proyectaban en una pantalla mientras en sus manos sostenían pequeñas figurillas del beato.

Adentro, adentro todo era pasión y fervor, señoras lloraban ante él y restregaban sus banderas, fotos, rosarios sobre la figura para bendecirlos, otro más le posaban un beso, mismo que era limpiado inmediatamente por los coordinadores del evento quienes sin darles tiempo tan siquiera a tomar una foto, los invitaban a salir.

Si no fuera por mi trabajo no me hubiera parado, incluso desde que supe que habría esa ceremonia y comencé a ver los preparativos me acosaron muchas preguntas. Primero ¿y el estado laico? Esto porque el gobernador fue a recibir a Fresnillo y ordenó a tránsito del estado que cerrara las vialidades del primer cuadro y la banda sinfónica del estado abrió el desfile con la Marcha de Zacatecas.

Otra pregunta que me acosó fue: ¿si hubiera sido la ceremonia de otro culto religioso se hubiera hecho lo mismo? ¿O por qué generalizan y piensan que todos los zacatecanos somos católicos?

Nosotros como ciudadanos toleramos estas ceremonias, a diferencia de la Iglesia que se muestra intolerante hacia otros cultos, que no tolera el celibato en sus hijos pero sí la pederastia, que no tolera la homosexualidad por considerarla una aberración pero sí acepta las narcolimosnas para construir más templos. Que está a favor de la vida y por siglos castigó de manera siniestra a aquellas personas que no se sometían a sus juicios, que reniega porque las ovejas de salen del rebaño aunque nos brinden una idea errónea del Dios como un ser castigador, vengativo, mismo que termina con el libre albedrío y se convierte en la cicuta del mundo y se traduce en mucha de la infelicidad de la gente.

Además la Iglesia no contribuye a la conformación de la democracia, discrimina a las personas que piensan distinto o se visten con pantalón corto y playera sin mangas, discrima y violenta a la mujer al decir que es por culpa de ellas que las violan, que las matan, por vestirse de manera provocativa. Es por eso que si no hubiera sido por mi trabajo, jamás me hubiera parado ahí…jamás.