sábado, 13 de febrero de 2010

Tiempo de naranjas

No sé cómo afrontar los tiempos electorales que ya desde el primer mes del año comenzaron en nuestra entidad y en algunos otros estados del territorio nacional. A veces me fastidian porque la sociedad es la menos culpable de las campañas negras, de los dimes y diretes, de la constante invasión de los espacios públicos con gigantescas fotos de una "figura política" que casi nadie conoce y que usualmente como spot nos dice que es nuestro amigo y que le interesa nuestro bienestar, no pensando que su imagen se convierte en unn cotidiano atentado contra la estética de las ciudades y sobre todo contra nuestros ojos que buscan siempre ser favorecidos con imágenes agradables.

Pero a veces pienso también buscarle el lado amable a este período, pero únicamente encuentro una sola cosa, y esto es que el final del gobernante que está en turno se acerca, ese síntoma me parace satisfactorio más si el sexenio se ha caracterizado por ser algo nefasto. Sin embargo parece que los puntos de vista negativos vencen a los positivos, esto pude constatar despues de estar en algunos mitines políticos como reportero gráfico.

Es triste ver como en todos los años electorales, los precandidatos, los candidatos, en sus manifestaciones se hacen acompañar por centos o miles de gente traída de comunidades y municipios de las entidades, sí, esas personas que normalmente conocemos como acarreados, para que los apoyen, y para eso se valen de algunas dadivas tales como un paquete alimenticio que incluye una torta de raquítico jamón con mayonesa y queso, un plátano verde o por lo contrario bastante maduro, un frutsi y las infalibles y refrescantes naranjas, que sin ellas y sus cáscaras regadas decorando los adoquines, un mítin político no sabe a tal.

Ásí, un lonche se convierte en el valor de un voto de esa gente, les cambian una torta por su futuro y el de sus familias, y la repartición de las naranjas se asimila a la pelea por una presa de las aves de rapiña. Aventones, jalones y forcejeos por la arpilla del fruto para obtener una buena cantidad pa llevarle a toda la familia. Luego siguen los bolos, pelotas pa los niños y el regreso a casa gratis en un camión de quinta, con banderita y visera de cartón como souvenirs.

Esa gente no va, la llevan, y ahi soportan las inclemencias del tiempo, ya sean los rayos del sol que causan sopor, el frío que entumece los huesos, la lluvia que empapa las ropas o el fuerte viento que parte los labios, ellos están ahi, gritando y ondeando la bandera que lleva impreso el nombre del señor ese que está hablando allá adelante.

A ellos qué les importa, qué les interesan las tranzas de los políticos, si ellos van porque les dijeron que les iban a dar comida. Qué saben ellos de la izquierda progresista, la ultraderecha y el neoliberalismo y todas esas palabras raras que se escuchan por las bocinas, cuando para ellos la izquierda es la surda, o sea con la que no escriben, qué saben ellos, di dudo que los que las pronuncian en el micrófono las sepan. Y además la música de los mitines tampoco les gusta, qué saben ellos de la Maza de Silvio que no falta en cada manifestación de izquierda.

Es triste ver como esos políticos juegan con la gente, como les cambian su voto por una naranja y cómo a la hora de estar en el poder normalmente dan la espalda o los olvidan para seguir asistiendo a sus clases de comunismo en la zona residencial de Bernardez. Pero quizá más tristeza me de ver cómo se las gastan para atraer a la gente y así condicionar su compañía, eso de lo único que me habla a mí es de una terrible soledad.