viernes, 18 de febrero de 2011

Marcha contra la violencia y la militarización UNAM


-Si nos separamos, nos perdemos o nos quitan el celular por cualquier pedo, aquí nos vemos cuando termine la marcha y nos damos treinta minutos de tolerancia- me dijo Miguel refiriéndose como el sitio de reunión a una tienda seven eleven donde acabábamos de comprar de botellas de agua.
“La Bombilla” era el lugar de donde partiría la marcha en dirección hacia el sur hasta terminar en la plaza de rectoría de la máxima casa de estudios del país, la UNAM.
-Vamos a saludar a unos compas – dijo mi compañero.
Y abriéndonos paso entre la multitud de universitarios que estaban ya formados a los pies del monumento a Obregón, donde alguna vez, cuenta mi madre, estuvo durante mucho tiempo en exhibición y en una urna de cristal,.el brazo del que fuera presidente de México.
Era mi primera vez en una marcha en el Distrito Federal, era mi primera vez en una marcha con estudiantes de la UNAM, de la UAM, de la UACM, del IPN y de las demás organizaciones que conforman la Coordinadora Metropolitana Contra la Militarización y la Violencia, la llamada COMECOM, quienes como un esfuerzo aglutinador del descontento y la protesta contra el empleo de la violencia de Estado que el gobierno federal ha implementado para combatir a los cárteles del narcotráfico, invitaban a sumarse a las movilizaciones contra la militarización y la violencia con una serie de actos políticos y culturales.
Gritos y mentadas de madre contra Calderón inundaron el lugar antes de que la manifestación partiera. Hebrard Casaubón tampoco se escapó a las diatribas del contingente por no respetar las recomendaciones de la CNDH. Y el grito de guerra de los universitarios apareció también opacando con facilidad los claxons de los coches que conducían por Insurgentes y del metrobus que vio su carril invadido.
Eran las 17:30 horas, iniciaba la marcha y yo aún con la desconfianza de sacar la cámara y ponerme a detener algunos instantes de esta historia, hasta que mi compañero, quien muy contento había comprado en Walmart dos paquetes de pila doblea por sesenta pesos para su cámara, comenzó a apretar el disparador, uniéndose a una buena cantidad de fotógrafos que había llegado al lugar.
Ya en confianza y con la facilidad que tengo de mimetizarme entre la banda del chilango, comencé a disparar también, a diestra y siniestra. Ver rostros conocidos dentro del fotoperiodismo también me hizo sentir bien, y avanzando hacia CU, comencé a volver a sentir esa adrenalina que alguna vez trabajando en Zacatecas sentí.
Los carriles de insurgentes se dividieron, uno, el que va en dirección norte, se sobresaturó de automóviles con conductores que impávidos algunos veían la marcha y a un gordo con playera de NO + Sangre que les gritaba que se acabara “la guerra no guerra” y el derramamiento de sangre, otros conductores, notablemente encabronados, mentaban la madre con el claxon antes de arrancar.
Continuaba la caminata acompañada de gritos y cantos a favor de Ciudad Juárez, en solidaridad con Oaxaca que iba representada por un grupo de mujeres indígenas de la comunidad autónoma de San Juan Copala.
Pronto un manifestante con la mitad del rostro cubierto corre hacia la acera y comienza a pintar sobre el cristal de una mueblería “más educasión”, lo que con su tremenda falta de ortografía nos dejaba entrever que tenía razón en su demanda. Y pronto comenzaron a aparecer más pintas, contra Calderón, militares y rostros de Peña Nieto en distintos sitios: bancos, restaurantes de cadenas trasnacionales, empresas y hasta en las estaciones del metrobus repletas de gente que inútilmente esperaban al que tendría que pasar por ese carril.
Cerca del lugar y pegados a la marcha, tipos malencarados, con el pelo a la flet up, vestidos de civiles y con radios, daban cuenta de lo que acontecía y de la ubicación del contingente, que no paraba de gritar consignas contra el “culero de Caderón”.
Cuando la luz del día comenzaba a languidecer, aparecieron antorchas que iluminaron el camino que aún quedaba por recorrer y frente al estadio olímpico dos jóvenes se adelantaron a la marcha mostrando una bandera de México, en los colores negro, blanco y negro para después internarse al tune que lleva a la explanada de rectoría de la UNAM, donde esperaba al contingente un sin fin de veladoras esperando ser encendidas que formaban la palabra “ALTO A LA MILITARIZACIÒN” y la figura del mapa de la República Mexicana.
El leve viento que soplaba sobre el lugar dificultaba e impedía encender las velas, sin embargo llego el momento en que paro y todas quedaron encendidas, brindando un espectáculo digno de ser fotografiado. Aplausos y “goyas” rompieron con el silencio mientras un helicóptero que por la penumbra no se observaba si pertenecía a la policía o a un medio de comunicación, sobrevolaba el lugar.
En el sonido comenzaba el discurso de los organizadores, se hacía referencia a Marisela Escobedo, a Darío Álvarez, estudiante de Ciudad Juárez victima de las balas de la Policía Federal y a muchos más que como ellos han sufrido las consecuencias de la guerra existente en el país y la cual el gobierno niega, además de la pobreza, la injusticia, la desigualdad, el desempleo, la corrupción y la indiferencia y que tal parece que con la ayuda de los medios de comunicación más poderosos, han minimizado el problema en dos mediocres programas conducidos por dos mediocres personajes como Laura y Niurka.
Cae la noche y la biblioteca central y la rectoría de la UNAM, se erigen majestuosas y a la vez son testigos de lo que sus hijos acaban de lograr. El viento, vuelve a aparecer y sopla algunas velas. Yo guardo mi cámara, me enfundo en mi suéter negro y en compañía de Miguel caminamos a través de CU saboreándonos unas deliciosas quesadillas para la cena, mismas que se nos frustran porque tal parece que no las vendieran los jueves de marchas. Son las 21 horas, me despido de él y me subo al pesero donde la cumbia suena a volumen audible y me lleva hasta la puerta de la casa desde donde escribo esto.







































































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