domingo, 11 de diciembre de 2011

Elucubraciones

Por Jánea Estrada

Alejandro Ortega Neri -Alitos para los cuates- es un viajero del mundo, es un cazador de luces y sombras...es un hacedor de historias. Él dice que lo que hace solamente es contarlas, pero en realidad viaja todos los días con su mochila, su cámara y sus lentes en el equipaje cotidiano para buscar elementos con los que ha de tejer, hilvanas y construir sus imágenes cargadas de cosas que contarle a este mundo en el que ya nada parece sorprendernos...y de pronto ahí está, a cuadro, un personaje: la soledad de quien se sabe acompañado de sí mismo y sus recuerdos, la alegría del que nada ha tenido y al que todo le espera, el agua que refresca los ánimos más aciagos, los años que se han vivido y la nostalgia anticipada de los minutos que nos quedan por vivir.
El rostro de una niña sonriente nos hace cosquillas, nos arrebata de esa rutina, nos muestra e un sólo gesto la alegría de estar en este mundo, la valía de las cosas sencillas y pequeñas, las que casi nadie aprecia por estar imbuido en una realidad que ha pasado de ser simple a complicada por voluntad propia.
De la sonrisa pasamos a la sorpresa de encontrar un árbol inundado...¿o acaso estará anegado en el llanto de los que no encuentran? ¿De los que buscan algo y no encuentran? Ahí está la lancha...la posibilidad de tocar tierra firme. Cada uno elegirá si trepar más en las ramas del que está ahogado, o saltar desde ellas para salvarse y volver a jugar a las canicas (con el niño que sonríe desde la orilla, a salvo)
Lejos, en una ciudad cualquiera, llueve...podría ser Zacatecas. Podría, solamente, porque Alitos le deja al espectador la posibilidad de que sea él quien nombre a las cosas y a las ciudades como mejor le parezca. Una mujer joven y su hijo son sorprendidos por la lluvia torrencial, lo llevaba de la mano y al correr pierde un zapato...y al niño que se suelta y corre divertido, porque le han prohibido se moje y esta vez no hay escapatoria. Sonríe. Otra vez la sonrisa franca...otra vez el agua que moja pero que no inunda, que refresca pero no resfría, el agua que da vida...el agua que olvidamos disfrutar y que añoramos sólo cuando falta, como hoy, como los últimos meses eternos de sequía.
Y en esta misma escena...o en otra, en cualquier parte del mundo, hay un anciano que sentado, guarecido bajo los portales, lee. ¿Qué leerá mientras llueve o mientras llega la lluvia? ¿Qué elucubraciones tendrá? Parece que espera mientras lee, tal vez sea un amoroso de aquellos que no esperan nada, pero esperan...solo tal vez. ¿Qué elucubraciones tendrán quienes lo miran?
Otra historia: los danzantes han esperado que el agua llegue y un día, tal vez el mismo u otro cualquiera, el agua llega. Ataviados con túnicas y penachos sonríen empapados: la fe que mueve montañas es la misma que recompensa ahora a los que en el atrio de una iglesia han bailado para que las plantas vuelvan a florecer en los campos. Y florecen.
Y la gente ríe, el anciano que lee, la señora que juega a ser burbujas de jabón, el niño a la orilla del río, el que escapó de la mano de su madre, la muchacha que ha puesto un barco de papel para que navegue en la corriente repentina de las calles...ríen.
El discurso de las elucubraciones de Alejandro Ortega Neri es polisémico, el sentido dependerá siempre del espectador, que tomará las imágenes para construir sus propias historias. lo cierto es que este viajero del mundo, este fotógrafo que nos deja escenas de la vida cotidiana impresas en papel, en blanco y negro...tiene la peculiaridad de generar colores imaginarios. Búsquelos, ahí están ¿cuáles son sus propias elucubraciones?




Silenciosa y eterna

En esos días de lluvia

La llegada de Tláloc

Los mundos sutiles

Las cartas que un día llegaron

El caballero de la Madero

Mi salada rutina

En espera...

Los barcos que zarparon sin nosotros

¿Me cargas hasta el cielo?

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