Hay llamadas que te colorean
los días y otras que lo enlobreguecen. En las últimas horas recibí una de las
segundas. En mi trabajo, mi teléfono suena todo el día, a todas horas, unas son
buenas, otras son malas. Cuando recibí a la que hago referencia, creí que sí,
que definitivamente era de las malas.
Tendría, por órdenes
superiores, que viajar temprano a uno de los municipios más hostiles del
estado. La misión: visitar una comunidad con altos índices de marginación para
realizar un reportaje con el objeto de darle seguimiento al programa nacional de la “Cruzada
contra el hambre” planteado por el Gobierno Federal en la última semana.
No me gusta el lugar, me
parece poco atractivo y hostil. En los últimos años se ha asentado ahí uno de
los cárteles más poderosos y violentos del narcotráfico en México. Ha sido
escenario constante de enfrentamientos armados, desapariciones, ejecuciones, y
foco de noticias nacionales.
Debido a la escasa seguridad
en el país para ejercer la profesión de reportero, no me parecía sensato ir al
lugar sólo mi compañero y yo. Y menos una comunidad, que es usualmente donde se
esconden, donde carro que pasa es vigilado. Creía que no había ninguna
posibilidad de que mi vida y la de mi compañero de trabajo estuvieran
garantizadas y aún así, allá fuimos.
El camino sucedió sin
imprevistos, sólo paisajes secos y kilómetros de carretera ambientados con
música del cine de Tarantino. Casetas. Ningún retén. 40 minutos.
En el palacio municipal
nadie sabía nada. Como siempre. Secretarias despistadas, funcionarios
segundones y adocenados que sólo ven pasar al solicitante y con el dedo índice
señalan a dónde debe uno de dirigirse. Tiempo perdido.
Minutos más tarde íbamos con
dirección al vecino estado de Durango, observando letreros verdes en el camino
y discutiendo a qué comunidad entrar, una al azar. Largos convoy de militares,
miradas subrepticias de vigías apostados bajo árboles, limpiando coches.
Un letrero. Verde. Con la
leyenda de una comunidad con nombre de fecha: 6 de enero. Entramos, pocos
kilómetros eran la distancia que nos separaba del lugar. A los lados, caminos
desolados, uno que otro hombre en bicicleta.
6 de enero. Gente a las
afueras de sus casas, sentadas, viendo pasar el tiempo, asoleándose bajo un
astro rey anormal en estas fechas. Camionetas de un lado para otro,
transportando leña. Perros famélicos olfateando el territorio, tienditas en la
esquina.
Dicen que para conocer la
situación de un lugar, hay que acudir con los de las tiendas de abarrotes, los
cantineros o los taxistas. En vista de la falta de los dos últimos fuimos a la
tienda. Sí, había información.
Al lado, una señora líder del
partido tricolor en el lugar nos brindó datos, pocos. Insuficientes. Con el
ánimo medio caído, decidimos alejarnos del lugar. No bastaba con lo que
llevábamos. Mi cámara con dos fotos.
A la salida del lugar, una
anciana juntaba leña fuera de su casa. De adobe, humilde y pequeña. Nos
paramos.
“Yo que les puedo decir si
no tengo nada”, mencionó. Silvina, su nombre. Alonso Zavala sus apellidos.
Viuda desde hace una década, con dos hijos, uno alcohólico y la mujer, madre
soltera. Con tres hijos. En ese momento los bañaban.
Doña Silvina, de 74 años
llora, de desesperación, de desahogo. No tiene gas, cocina con leña, misma que
ella junta. Y hace la comida en un pequeño cuarto, donde además hay una cama.
El lugar huele a quemado. En su cuarto, las cosas amontonadas, sobre un mueble
una pequeña tele, en ella, telenovelas.
Hay días en que no tiene
para comer, no hay dinero, no hay comida, no hay ayuda. Apago la cámara y a
ojos de Luis Manuel, su nieto que se asusta con el aparato que lo acaba de
captar, le damos la mitad de nuestros viáticos.
Enfrente de su casa, nos
dice, hay otra señora muy pobre, nos indica que paremos “el carrito” por ahí y
vayamos. Ahí vive doña Petra Hernández, de 64 años, con sus hijos y sus nietos,
en una pequeña vecindad que ellos han erigido con adobes de su propia
fabricación.
En el camino, Adolfo niño de escasos 10 años de vida juega con sus monitos. En el suelo hay dos aros de
basquetbol fabricados por él y también dos porterías. Viste short y tachones.
Le va a los Pumas y del resto del mundo al Barcelona. Su jugador favorito,
Messi.
Se le acerca Brenda, su
hermana, unos años menor, con unas tijeras amarillas en las manos. Ella juega a
ser maestra, quiere ser maestra. Me posan con una sonrisa inocente para la
cámara. En el fondo, sus tíos y padres hacen adobes, y doña Petra me enseña su
cuarto, pequeño, bajito, apenas para ella. Yo, agachado para que no me tope la
cabeza, le tomo fotos ahí en el interior.
Es pequeño, demasiado, pero
a la vez muy grande, porque tiene ropa, maletas, juguetero, televisión y dos
cuadros con imágenes religiosas. Uno del Sagarado Corazón, “ese que no falte" dice y otro con la Virgen de Guadalupe, “mi patrona”,sentencia orgullosa.
“Hoy no desayunamos nada” me
dice, “amanecimos sin ninguna tortilla” y sonríe. En el día, debido a diversos trabajos, los habitantes de 6 de enero pueden obtener una ganancia máxima de hasta 120
pesos, aunque a veces sólo llevan 50. Pero hoy no hubo para el desayuno. Pienso
en la otra mitad de los viáticos y que doña Petra, por su sola fuerza para mantener
una sonrisa después de no haber desayunado ella y los suyos, y atender a dos
desconocidos, se merece todo.
Es momento de despedirse.
Adolfo y Brenda me dicen adiós con una bendición. Él seguirá pensando que
llegará a jugar en los Pumas, ella que podrá enseñar en un Aula, doña Petra y
sus hijos, que algún día les llegue la ayuda.
El regreso lo ameniza Pearl
Jam, al final pienso que el viaje no fue tan malo, me olvidé por un momento de
mi trabajo, me olvidé de la otredad, fui uno de ellos, padecí sus males y los
conocí así, de cerca.
El Gobierno Federal ha
emprendido una cruzada contra el hambre, que abarcará los estados con mayor
índice de marginación en el país. En Zacatecas le corresponde a Pinos y Fresnillo,
por el número de su población. 6 de enero se encuentra en el Mineral, como se
le conoce también a Fresnillo, ahí doña Silvina y su vecina, doña Petra,
esperan la ayuda día a día, aunque sea para comer.