lunes, 15 de octubre de 2007

Un cuentin

¡Qué horriblemente hermoso era aquel tiempo!

¿Recuerdas las primeras letras que te dediqué cuando te fuiste? Sí, esas que decían “Una pequeña gota de lluvia se desliza por el cristal de la ventana de mi habitación, igual que una lágrima en mi mejilla” ¡Qué malas eran!, aún así te las regalé y de todos modos te fuiste.
De qué me servía ya disfrutar tantas cosas si tú ya no estabas, pensé. Para qué me servía conocer historias si ya no te tenía conmigo para contártelas. Ya no disfrutaba de tanta trivialidad como cuando estabas conmigo, un refresco no me sabía bien, un helado no me satisfacía, las cervezas no me embriagaban y las jícamas con chile dejaron de hacerme agua la boca.
Sabes, hubiera querido detener el tiempo que pase contigo. Hubiera querido que el ascensor que nos llevaba a tu habitación se parara con nosotros adentro y hacerte el amor sin tener noción de lo que sucedía afuera. Hubiera deseado detener el avión que te alejó de mí aquella vez.
Te fuiste lejos y te llevaste casi todo; mi alma de caricatura atrapada en el oscuro abismo de tus ojos y un pedazo del corazón que cortaste con el filo de tus pestañas aquella vez que te recargaste en mí. Te llevaste la luna y un cielo limpio de color que te regalé envuelto en un trozo de periódico que llevaba mi nombre impreso.
Ahora estabas muy lejos, tan lejos como todo cuando lo veía desde el empolvado rincón de mi zahúrda habitación, desde donde la vida comenzaba a parecerme opaca y triste como el color de la chamarra que vestiste aquella tarde en que te preparabas para huir.
¡Todavía me quedan pocas cosas!
Me queda un cabello tuyo que se perdió entre mis dedos la noche que sacudimos el asiento trasero del coche, y aún huele al shampoo que compraste un domingo en la farmacia antes de besarnos por vez primera. Me queda también la pequeña moneda extranjera que me diste un día con la advertencia “para que te acuerdes de mí”. La llevo diario en la cartera que compré en Guatemala cuando todavía no te conocía y la observo a diario como si fuera yo un numismático empedernido. Pero lo que más me queda, es tu atávica imagen latente en mis insomnios.
“Qué horriblemente hermoso era aquel tiempo” decía una canción que nunca te gustó. Hacías gestos cuando la ponía y le cambiabas de estación cuando viajábamos en el carro hacia un nuevo lugar, la volvía a poner y te encabronabas abandonándome para pasarte al asiento de atrás y hacerte la dormida, yo, te veía por el retrovisor sin que te percataras.
Cuando te fuiste me hablabas por teléfono diario a altas horas de la noche ¿recuerdas? Solamente lo hacías para decirme que me extrañabas, que me querías allá contigo, a tu lado, tal vez arrepentías de tu cobarde fuga, pero eran palabras falsas me enteré después. Aún así te quería y me atormentaba pensando en ti, en saber cuándo volverías para nuevamente hacer de la ciudad nuestro escondite favorito, para burlarnos de la gente que nos veía de rara manera cuando caminábamos de la mano y contoneabas exuberantemente tu exquisita cadera. A veces me hacía reír tu estupidez para cruzar las calles mi vida, tu andar lento y tu indecisión al momento de tomar algún camino. Me divertía con tu conversación de uñas quebradas y shopings en Nueva York, de anécdotas de niña boba y consentida.
Te dije una ocasión, mientras te besaba con frenesí, que no te dejaría ir y que si lo hacías te iría buscar a dondequiera que fueras, incluso hasta a Buenos Aires, donde me dijiste que posiblemente sería tu próximo lugar para vacacionar. No me creíste. Pero te amaba y me creía capaz de seguirte a donde fuera.
Tiempo después que me abandonaste decidí emprender la búsqueda de un nuevo amor, todo fracasó, tu imagen seguía ahí como una maldición, como un fantasma en el corazón abandonado. Te llamaba y nunca contestabas, y me quedaba ahí con mi rostro de imbécil pegado a la bocina del teléfono escuchando el timbre hasta que me desquiciaba para luego comenzar a maldecirte en silencio.
Meses después te encontré, una tarde muy gris cuando ibas a tu clase de inglés abrazando los libros y moviendo las caderas que una vez estuvieron encima de mí. No te dije nada, no te seguí, solamente subí el vidrio del coche y me alejé pensando cómo sería nuestro reencuentro.
Sucedió un día después, ¿te acuerdas? Y fue en tu casa a altas horas de la noche, como siempre solían ser nuestros encuentros. No hubo riñas, ningún aroma de rencor, simple conversación en la cocina. Estabas nerviosa y no sabías que preguntar, abrías el refrigerador y escudriñabas alimento entre bolsas y cajones sin sacar nada, te servías jugo y pellizcabas sin querer un moffin de chocolate olvidando tu obsesión de no comer grasas y harinas y demostrando que eras una apócrifa petimetra más. Únicamente te veía y me daba risa tu nerviosismo. Luego me enseñaste un vetusto cofre adornado elegantemente que contenía fotos de tu infancia, de tus quince años y un calendario que hiciste con unas fotos que yo tomé, agradecí el gesto, pero solamente quería verte esa noche, tenerte cerca de mí y oler otra vez tu cabello. Cuando comenzaste a bostezar supe que era el final, que la hora de marcharme había llegado. Me acompañaste a la puerta y sin contenernos nos dimos un fuerte abrazo de despedida, quizá el último en nuestra historia, y así fue. Te amaba tanto que ya no quise soltarte y por eso, amor mío, aquella noche te maté.

Aljeorne.

4 comentarios:

Miguel A D dijo...

SABES QUE SOIS SIEMPRE BIENVENIDO, NO LE HAGA AL MAMÓN. UN ¡¡¡¡¡PUTO!!!!! POR SANGRÓN.

Miguel A D dijo...

placer saludarlo en tierra canibal.

Snow White dijo...

...
pienso ke postear
algo ke no suene trillado ni muy elaborado...
pero simplemente no se me okurre, kiza lo mejor ke poeda decir ya te lo dije... puta vida culera...
jajajajajaja besos don neri
se le kiere y se le kiere y asi todo cool u.u

Miguel A D dijo...

ACTUALIZA HUEVÓN!!!